La herencia ¿invisible?

  • Diciembre 22, 2024
  • Tiempo de lectura: 13 minutos

Por: Jorge Guillermo Cano

 

Hace poco más de 21 años, en el 2003, escribí: “pareciera que el país todo se les fue de las manos a los gobiernos, tanto el federal como los estatales”, y agregué: “no es novedad radical, pues desde que inició la ‘guerra’ al narcotráfico, declarada por el gobierno de Felipe Calderón, la inestabilidad ha sido el signo recurrente”.

 

Destacaba que, dadas las características particulares de los acontecimientos y su magnitud, en estricto, “evidencian de manera plástica la ya irrebatible incapacidad oficial para dar al menos un margen razonable de seguridad al país”.

 

Un somero recuento de lo que estaba sucediendo en México, no dejaba lugar a dudas de la magnitud del problema que se vivía, cuyas secuelas, dígase lo que se diga, se resienten en la actualidad.

 

Después del 2003 el descontrol se agudizó sin solución de continuidad y se encontraron indicadores (como ahora) “de que fuerzas interesadas están actuando para acentuar la inestabilidad, creando un escenario propicio a salidas autoritarias y antidemocráticas”.

 

SEÑALES OMINOSAS

 

 

A fines del 2003, las “señales” estaban en todas partes: asesinatos de periodistas en Veracruz, matanzas en Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa y en el Distrito Federal. El ambiente era más ominoso que hoy.

 

Había también, y está documentado, agresiones a estudiantes, como en Michoacán y Guerrero, se dio la represión a los desplazados por la presa Picachos en Sinaloa y la violencia institucional se ejercía sin cortapisas.

 

Se recurrió, como respuesta que a la postre no logró el mejor resultado, a incrementar la presencia del Ejército Nacional y de las policías en la lucha contra el crimen. La “única alternativa”, se sostuvo, y la ahora “oposición” no dijo esta boca es mía.

 

Las medidas circunstanciales fueron ineficaces, por no decir completamente inútiles. Ante la ausencia de autocrítica y análisis razonado, se persistió en el error de manera sospechosa, por decir lo menos; todo indicaba que, en realidad, no interesaba tener éxito, sino que el caos continuara sin solución a la vista.

 

En el Calderonato (y en el Prianato todo) se sumaron las complicidades demostradas (no los mitotes y las acusaciones sin fundamento de hoy).

 

HAY FUERZAS INTERESADAS

 

La sospecha de que fuerzas interesadas estaban agudizando la inestabilidad era, y es, fundada. Se sabía (y se sabe) de asesinos “sin motivo”, que declaran haber recibido un pago por “matar a quien sea”, como ha sucedido en semanas recientes en varios puntos del país.

 

Ahora se han detectado grupos de “sicarios” cuyo objetivo es llamar la atención del Ejército para que acuda y participe en los enfrentamientos, como recién sucede en Sinaloa.

 

Desde luego que no se margina la presencia y acción de la delincuencia organizada y sus pugnas internas.

 

Aparte de eso, aunque no soy afecto a la especulación, me parece que, en efecto, hay culebra en el agua.

 

LA PLAZUELA ROSALES

 

Hurgando en mi biblioteca encontré el libro que, hace ya varios años, recibí de manos de Gilberto López Alanís: “La Plazuela Rosales: historia y entorno”, editado por Difocur, la Comisión Estatal para la Cultura y las Artes y el Ayuntamiento de Culiacán, en la colección “Sinaloa y sus historiadores”.

 

Es un material sobrio, muy ágil en su exposición, de fácil y agradable relectura. Ahí se entera uno de aspectos íntimamente relacionados con la vida política, académica y cultural de nuestra ciudad Culiacán y del estado de Sinaloa.

 

Por ejemplo, que la plaza fue diseñada por el Ing. Luis F. Molina, entre 1890 y 1891, en memoria de Antonio Rosales, vencedor de la Batalla de San Pedro, que fue calificada por el presidente Benito Juárez como “el 5 de mayo de Occidente”, por lo que desde su origen la plazuela estuvo vinculada con ideas y sentimientos patrióticos, nacionalistas y anti intervencionistas.

 

COMO BUEN HISTORIADOR

 

López Alanís retoma el relato de Don Francisco Verdugo Fálquez, quien fuera cronista de la ciudad, y hace un recorrido que transita del romanticismo a la política, de la farándula al heroísmo de nuestros antecesores rosalinos. De muchas maneras, la vida de Culiacán ahí se refleja.

 

Todo ligado a un lugar específico, un espacio que, como el Mediterráneo de Braudel (guardando la debida proporción) se convierte en punto de confluencia del humano quehacer. Se llega así a los años sesenta y setentas, cuando quien esto escribe vivió (y sigue viviendo) la vocación de la juventud rebelde, cuyos ánimos compartimos con Gilberto.

 

Termina Alanís su opúsculo diciendo: “espacio de muchísimas historias, de imágenes duraderas y de ilusiones diversas, la Plaza Rosales, al ser recuperada en mucho de su original belleza, es hoy la posibilidad de un proyecto cultural que reúna en su entorno a todos sus moradores en el tiempo”.

 

Que así sea y que el libro sea reeditado, ahora que quieren soplar vientos “culturales”.

 

EN EL TINTERO

 

-Magnificar a Trump, que es más lengua que otra cosa, es minimizar a México. Como ya lo he dicho: defender la soberanía sin cortapisas, con la debida entereza, y punto.  (cano.1979@live.com).



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