Por: CARLOS MATUS
A veces una foto no puede expresar todo lo que hay detrás de ella, como es en este caso:
Cuando lo conocí, tenía al menos 18 meses sobrio. "Jaime" se encontraba en un grupo AA de Cancún, el destino turístico más importante de México y desde hace unos años, el lugar de guerra de al menos 5 cédulas del crimen organizado, confirmadas por el CINSEN en su momento y por las actuales autoridades federales. Él era uno de los miles de jóvenes cancunenses que inició en el consumo de alcohol y drogas desde muy pequeño.
Asegura que comenzó a fumar marihuana a los 9 años y para los 11 ya los vendía a sus compañeros. Su primo mayor era el que lo indujo a ese mundo.
Cómo era lógico, sus adicciones no permitieron terminará la escuela y para los 13 años ya robaba y asaltaba. Para los 16 ya había apuñalado un hombre y lo mandaron al correccional hasta los 18 años.
Sé que hizo muchas cosas más cuando salió de la cárcel, hasta pisar fondo, pero él nunca me contó y yo nunca le pregunté. Hay demonios a los cuales uno nunca está listo para enfrentar.
Cuando lo conocí, a los veintitantos, ya estaba en fase de poder salir del centro AA y comenzar paulatinamente a regresar a lo más cercano de una vida normal. Cruzamos nuestros caminos, luego de que mi jefe de información en ese momento en el diario se percatará de que yo estaba bebiendo demasiado y aunque aún no había afectado mi trabajo, mi jefe, quien era muy humano, se percató de mi naciente problema de alcoholismo y discretamente me comenzó a dar asignaciones en grupos AA.
La verdad es que conocí de primera mano muchas historias, y me percate de muchos comportamientos que estaba haciendo, muchas justificaciones, en personas que habían tocado fondo que solo un tonto no se daría cuenta de que estaba repitiendo el circulo vicioso eterno de las adicciones y la mentirosa negación hasta que es muy tarde.
Jaime me contó sobre sus sueños y esperanzas y yo, esa ocasión que lo conocí, quede convencido de las segundas oportunidades.
Al cabo de unos meses, un timbre de teléfono me despierta a las tres de la mañana. Era una amiga, quien llorando me dice que estaba afuera de mi departamento.
La dejó entrar, temiendo le pasará algo grave y si, así lo era.
Estudiante de comunicación en los últimos semestres, estaba quebrada mientras preparaba el café y cuando comencé a platicar con ella me contó sobre ella:
-Matus, soy deleader, vendó cosas a gringos y muevo mercancía.
Yo quedé helado. El café se enfrió en el desayunador mientras ella me contaba de las veces que viaja de Mérida a Cancún con 10 kilos de droga en su coche, escondido en compartimentos especiales. "Los polis solo revisan a quien entra a Mérida, no a quien sale", me puntualizaba.
Yo no sabía que decir. En verdad. La conocí por la afición a la fotografía, una ocasión que di una conferencia en la universidad y se me acercó para preguntarme de fotodocumentalismo.
Luego de un silencio que solo se rompió por los ladridos de un perro, le pregunté "¿qué haces aquí?". No lo niego, por un momento tuve miedo de que ella me hubiese delatado como periodista a alguien peligroso, y pues, parte de que salí de Tabasco era justamente huyendo de gente peligrosa y no concebía verme en la misma situación en mi nuevo hogar.
Ella volvió a llorar y me dijo: "no sé dónde están mis amigos, tengo miedo los hayan matado". Ella se refería a sus compañeros deleaders, de la micro cédula de distribución a la que pertenecía. Su temor era muy bien fundado. La lucha de carteles por los territorios de venta y distribución habían cobrado cientos de vidas en el 2015, el año más violento en la historia de Cancún. (Los que siguieron fueron peores).
Luego de un par de llamadas a amigos de nota roja, sobre unos cuerpos que fueron encontrados en una zona de la ciudad, confirmamos que no era ninguno de sus amigos, pero ella ya no quería estar en Cancún. Quería huir y me pidió ayuda.
Quizá aquí vendrá una de las cosas más difíciles que he hecho. Tomé la decisión de ayudarla.
Me acorde de Jaime, quien ya era uno de los coordinadores de un grupo AA en la ciudad, y me había comentado en una entrevista unas semanas atrás de como ayudaban a veces a chicos a alejarse de las pandillas.
Le mande mensaje. En la mañana me respondió y le marque. Le explique lo más rápido posible la situación y me dijo que fuéramos a verlo. Así lo hicimos. Nos movimos en el coche de ella, y no podía dejar de pensar en toda la droga que ayudo a mover en ese vochito.
Cuando llegamos al grupo AA él entrevisto en privado a mi amiga. Al cabo de unas horas ya todo estaba arreglado: la mandarían a otro estado, a otro grupo AA al día siguiente, y tenía que dejar las cosas en orden en su vida en Cancún, y especialmente, cortar toda comunicación con gente de la ciudad, pues le dejaron muy en claro que ahora no solo era su vida, sino la seguridad de otros.
Me despedí de mi amiga y no supe de ella hasta varios años después, cuando le dio like a unas fotos con mi esposa y cruzamos unas palabras y supe que estaba bien. Casada, con un hijo y dos perros y, si, amigos, volví a creer en las segundas oportunidades, como con Jaime.
Esa ocasión, cuando la vi por última vez, me quedé con Jaime en lo que ella hacía sus pendientes. No supe que decirle a ese chico tatuado y con la mirada dura, pero serena. Solo le vi las manos, y recordé algo que me dijo la primera vez que lo entreviste y le pregunté que quería ser de adulto y el me contesto "doctor o artista".
Cuando le pregunte por que, me enseño sus manos y me dijo: "estas manos han destruido tanto, que ahora solo sueño con construir" y quede helado.
A los pocos meses de todo lo que paso con mi amiga, cuando ya era yo jefe de información de un medio de Quintana Roo, estando en la junta editorial, un reportero de nota roja me dio el adelanto: "acaban de balear un centro AA" y si, era el mismo donde estaba Jaime. Por fortuna, las balas solo encontraron la pared. Lógico el centro desapareció por seguridad y Jaime se movió de estado. Parece ser que había ayudado al menos a 7 chicos a huir de las pandillas y los cárteles.
Tengo algunas fotos de Jaime, las cuales nunca enseñare por su seguridad, pero me quedó con esta foto que les enseño de sus manos.
Creo que el sueño de Jaime de construir se cumplió, ayudó a construir una mejor vida para los chicos a los que ayudó.
**Por motivos de seguridad cambie nombres, no coloque fechas, ni detalles que pudieran ayudar a identificar a los implicados y yo deje de cubrir este tipo de temas, pues las condiciones para realizar trabajos periodísticos de este tipo eran insostenibles en esos años en Quintana Roo y eso no ha cambiado de esos años a la fecha.
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